Julio González Montaner, orgullo argentino que busca sin descanso una cura definitiva al HIV

La palabra de Julio González Montaner, en el Salón Auditorio Ing. Héctor Amorosi, de OSDE.

Hace casi cuatro décadas que el médico argentino trabaja en una solución para erradicar una de las peores epidemias de la historia de la humanidad. Su camino en busca de una cura deja día a día una huella profunda en la comunidad política y científica de todo el mundo.

 
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A principios de la década del 80, Julio González Montaner era un médico recién recibido en la Universidad de Buenos Aires. Creció bajo el ala y los consejos de su padre, el presidente de la Asociación Médica Argentina, decano de la Universidad del Salvador y una eminencia en el área de enfermedades respiratorias. Julio siempre sintió el peso de ser “el hijo de…”.

Por elección personal, tomó la decisión de hacer su propio camino, uno alejado de los comentarios que normalmente lo vinculaban a su tradición familiar en la profesión. Fue así que en un congreso de Medicina en Uruguay, ese anhelo se materializó en un proyecto real: fue invitado a formar parte de un equipo de investigación en Vancouver, Canadá. En un primer momento, la idea le pareció imposible, pero con el paso de los días, lo que fue una quimera tomó su propio peso, y desde París, sin volver a Buenos Aires, abordó un vuelo que lo llevó al lugar que lo iba a cambiar para siempre.

Los días se hicieron meses, y los meses años. En Canadá conoció a Dorothée, su actual esposa, con quien tuvo 4 hijos. Aquel Julio que escuchaba atentamente una conferencia en Uruguay era otro muy distinto al que una nueva realidad había formado.

A mediados de los ochenta, comenzó a tomar fuerza la epidemia del HIV, y en la de los noventa, creció exponencialmente. Julio trabajaba en el St. Paul's Hospital, donde presenciaba varias muertes diarias  por neumonía a causa de esa enfermedad. Fue cuando tuvo la idea de sumar corticoides a los antibióticos que se suministraban a los enfermos para que opere como agente antiinflamatorio, algo que hacían en el Hospital Muñiz de Buenos Aires en casos de tuberculosis.

Los aportes de Julio tuvieron un resultado inmediato: las muertes por neumonía disminuyeron para ser tratables con normalidad. Eso atrajo innumerables miradas de la comunidad científica, pero el objetivo final no estaba resuelto: los pacientes con HIV aún morían, pero por otras complicaciones que no eran las respiratorias.

Pero las lecciones que había aprendido con su padre volvieron a darle la visión que necesitaba para el problema que lo desvelaba: recordó que contra la tuberculosis era común hacer combinaciones de drogas. Sabía que así podrían llegar a detener el crecimiento de muertes que generaba el HIV. Ese fue un descubrimiento vital para los avances contra la enfermedad, sobre todo porque permitía tratar a los infectados con un plazo de tiempo más largo.

En la Conferencia Internacional de HIV, celebrada en Vancouver en el año 1996, anunciaron que la mortalidad había bajado por arriba del 60% de los casos. El descubrimiento de Julio Montaner se transformó en una norma terapéutica mundial, y todos los avances en esa materia tienen hoy como base el proyecto del médico argentino. Su cóctel de drogas había revolucionado la forma en la que se trataba a los enfermos de SIDA.

Pero su idea aun no estaba agotada, porque en el año 2006 nació su lado más revolucionario: confirmaron, luego de mucho tiempo y esfuerzo, que las tres drogas en combinación no sólo detenían o retrasaban la muerte, sino que servían como arma preventiva, ya que quienes la consumían no transmitían el virus del HIV. El “Tratamiento para la Prevención” fue el inicio de la campaña para el acceso universal a todos los infectados.

Después de tantos años, esfuerzo y reconocimiento, Julio entendió que su rol no solo era la investigación formal, sino además luchar por la aplicación en los casos de mayor riesgo, lo que incluía, sobre todo, a homosexuales, trabajadores sexuales y las situaciones cercanas al consumo de drogas por adicciones. Fue cuando en Vancouver luchó para fortalecer las campañas para promover zonas seguras con jeringas estériles.

Ese fue otro puntapié inicial para que Naciones Unidas creara su proyecto 90 90 90, o en otras palabras, garantizar que no menos del 90% de los infectados conozca su diagnóstico, que no menos del 90% de los infectados reciba su tratamiento y que no menos del 90% de quienes reciben el tratamiento tengan carga viral indetectable, o dicho de otra forma, que no puedan transmitir la enfermedad.

Julio Montaner remarca que su viaje a Canadá lo cambió en muchos aspectos, pero sobre todo en haber reconocido que quien él creyó que era un joven profesional con ideas progresistas en Buenos Aires, era en realidad conservador y estructurado, alguien muy diferente al que hoy busca sin miedo ni preconceptos romper con las barreras sociales que prejuzgan y aún discriminan a los portadores de HIV.

Publicó más de 850 ensayos sobre cómo superar la enfermedad, recibió distintos premios por su lucha incansable contra el HIV y es poseedor de la Medalla del Jubileo de Diamante de la Reina Isabel II por su trabajo invaluable. Intercambió ideas con el Papa, quien destacó públicamente su rol vital por sus aportes en la búsqueda de una cura definitiva. Durante el G-20 celebrado en Buenos Aires en el año 2018 declaró sin titubear ante los líderes del mundo que estaba decepcionado por la falta de apoyo de la clase política en una problemática central como la cura definitiva al flagelo mundial que causa el SIDA.

 

Contenido validado por la Gerencia de Auditoría Médica de OSDE.